Las cosas que todavía...

O centro do sexo

16.06.2022

Tenemos un juego, sin reglas, principio(s) ni fin, que es constante y atraviesa silenciosamente nuestros días. Pensar en las cosas que no hicimos juntas, como un inventario virtual siempre en construcción, cuyo único objetivo es encontrar eso que todavía no compartimos. Y cómo nos gusta ese adverbio, el todavía. Suena lindo, y al decirlo tiene el ritmo de lo que es: duradero, pero en un tiempo tan incierto como prometedor.

Hace poco, con ese arrojo que suponen las propuestas inauditas, una soltó

¿sabés qué me gustaría? que pasemos un día entero en silencio

Como muchas veces sucede con ideas algo radicales pero tan acordes, la otra sí, lo sabía. La propuesta fue dejar de hablar, compartir todo un día sin emitir palabra, conteniéndola o transformándola en otros lenguajes. Amanecer y tomar mate, pasar la tarde juntas, mudas, con esa intimidad tan particular que habilita el silencio, e irnos a dormir igual: sin decirnos nada. Vaciar el espacio de palabras y sentir qué otras formas lo pueblan, transitar otros contactos, deshabitar el ansia, perder la respuesta.

cómo estaremos, qué matices tomarán las acciones cotidianas sin la tiranía de lo verbal

Y así, disimuladamente, vamos armando listados latentes de cosas que nos encantaría compartir y que todavía no encontramos la oportunidad de hacer. Intempestivas, las imágenes aparecen en cualquier momento del día e interrumpimos mates o conversas con la pregunta

¿sabés qué cosa todavía no hicimos? viajar dos meses, o en bicicleta, dormir en un barco, saltar en una cama elástica, ir a una playa nudista

Y, a propósito o no, con el tiempo vamos probando muchas de ellas y entendiendo lo especial de este juego: que nunca, pero nunca, termina. Es la intención -artífice de sí misma- la que lo reinventa, y es solo cuestión de estar jugando, de estar disponibles, insistentes, más o menos voraces.

De pronto, otra interrupción

¿en qué momento de la vida dejamos de jugar? ¿por qué aceptamos ese castigo sin berrinche, sin protesta, con tan mansa sumisión?

Decimos, de jugar en los parques, con el pasto que acaricia la piel, pero jugar también en las avenidas, atestadas de ruido, tránsitos y confusión. Jugar inmóviles, en las casas, los bares, jugar como hobby, como dice Lispector, sí, pero jugar también como trabajo a tiempo completo. Jugar para disputar nuestro derecho a jugar, siempre, como forma de vida, como estado posible. Jugar con entusiasmo, con desmesura, y afirmarnos así en nuestra lúdica resistencia a nunca dejar de sorprendernos, de encontrar nuevas reglas, de vivir en desconcierto.

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*La obra que acompaña esta nota es de Kazimir Malevich y Nikolai Punin, 1920.